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Historia de una parisiense By: Octave Feuillet (1821-1890) |
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OCTAVIO FEUILLET HISTORIA DE UNA PARISIENSE TRADUCCIÓN DE D. V. DE M. BUENOS AIRES 1919 Derechos reservados. Imp. de LA NACIÓN. Buenos Aires
HISTORIA DE UNA PARISIENSE
I
Sería excesivo pretender que todas las jóvenes casaderas son unos
ángeles; pero hay ángeles entre las jóvenes casaderas. Esto no es una
rareza, y, lo que parece más extraño, es que quizá en París es menos
raro que en otra parte. La razón es sencilla. En ese gran invernáculo
parisiense, las virtudes y los vicios, lo mismo que los genios, se
desarrollan con una especie de exuberancia y alcanzan el más alto grado
de perfección y refinamiento. En ninguna parte del mundo se aspiran más
acres venenos ni más suaves perfumes. En ninguna otra parte, tampoco,
la mujer, cuando es bella, puede serlo más: ni cuando es buena, puede
ser más buena. Se sabe que la marquesa de Latour Mesnil, aunque había sido de las más
bellas y de las mejores, no por eso había sido feliz con su marido. No
porque fuera un mal hombre, pero le gustaba divertirse, y no se divertía
con su mujer. Por consiguiente, la había abandonado en extremo: ella
había llorado mucho en secreto, sin que él se hubiese apercibido ni
preocupado; después había muerto, dejando a la marquesa la impresión de
que era ella quien había quebrado su existencia. Como tenía un alma
tierna y modesta, fue bastante buena para culparse a sí misma, por la
insuficiencia de sus méritos, y queriendo evitar a su hija un destino
semejante al suyo, puso todo su empeño en hacer de ella una persona
eminentemente distinguida, y tan capaz como puede serlo una mujer, de
mantener el amor en el matrimonio. Esta clase de educaciones exquisitas
son en París, como en otras partes, el consuelo de muchas viudas cuyos
maridos viven, sin embargo. La señorita Juana Berengére de Latour Mesnil había recibido felizmente
de la naturaleza todos los dones que podían favorecer la ambición de una
madre. Su espíritu naturalmente predispuesto y activo, prestose
maravillosamente desde la infancia a recibir el delicado cultivo
maternal. Después, maestros selectos y cuidadosamente vigilados,
acabaron de iniciarla en las nociones, gustos y conocimientos que hacen
el ornato intelectual de una mujer. En cuanto a la educación moral, su
madre fue su único maestro, quien por su solo contacto y la pureza de su
propia inspiración, hizo de ella una criatura tan sana como ella misma. A los méritos que acabamos de indicar, la señorita de Latour Mesnil
había tenido el talento de añadir otro, de cuya influencia no es dado a
la naturaleza humana libertarse: era extremadamente linda; tenía el
talle y la gracia de una ninfa, con una fisonomía un poco selvática y
pudores de niña. Su superioridad, de la que se daba alguna cuenta, la
turbaba; sentíase a la vez orgullosa y tímida. En sus conversaciones a
solas con su madre, era expansiva, entusiasta, y hasta un poco
charlatana: en público permanecía inmóvil y silenciosa, como una bella
flor; pero sus magníficos ojos hablaban por ella. Después de haber llevado a cabo con ayuda de Dios aquella obra
encantadora, la marquesa habría deseado descansar, y ciertamente que
tenía derecho a hacerlo. Pero el descanso no se hizo para las madres, y
la marquesa no tardó en verse agitada por un estado febril que
comprenderán muchas de nuestras lectoras. Juana Berengére, había
cumplido ya diez y nueve años y tenía que buscarle un marido. Es ésta,
sin contradicción, una hora solemne para las madres. Que se sientan muy
conturbadas no nos extraña; extrañaríamos que no lo estuvieran aún más.
Pero si alguna madre debió sentir en aquellos momentos críticos mortales
angustias, es aquella que, como la señora de Latour Mesnil, había tenido
la virtud de educar bien a su hija; aquella en que, modelando con sus
manos puras a aquella joven había conseguido pulir, purificar y
espiritualizar sus instintos. Esa madre tiene que decirse, que una
criatura así dirigida y tan perfecta, está separada de ciertos hombres
que frecuentan nuestras calles y aún nuestros salones, por un abismo
intelectual y moral tan profundo como el que la separa de un negro de
Zululand... Continue reading book >>
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