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Honor de artista By: Octave Feuillet (1821-1890) |
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OCTAVIO FEUILLET HONOR DE ARTISTA BUENOS AIRES 1919 Derechos reservados. Imp. de LA NACIÓN. Buenos Aires
ÍNDICE
I. Pedro de Pierrepont
II. Fabrice
III. Beatriz
IV. Aquellas señoritas
V. La vizcondesa de Aymaret
VI. El secreto de Pedro
VII. Rivales
VIII. Marcela
IX. Gustavo Calvat
X. Confidencias
XI. «Fin de siglo»
XII. Del palco del Teatro Francés
XIII. Pasión
XIV. La apuesta
XV. Honor de artista
I PEDRO DE PIERREPONT
Uno de los más nobles nombres de la vieja Francia, el de los Odón de
Pierrepont, era llevado, y bien llevado, hacia 1875, por el marqués
Pedro Armando, quien frisaba entonces en los treinta años, y venía a ser
el último descendiente masculino de tan ilustre familia. Era el marqués
uno de esos hombres que, por su bello y serio rostro, su gracia viril,
su elegancia correcta y sencilla, hacía espontáneamente brotar de los
labios esta frase de trivial admiración: tiene porte de príncipe. Y en efecto, difícil hubiera sido figurárselo detrás de un mostrador,
midiendo seda en un almacén o desempeñando otra profesión cualquiera que
no fuese la de diplomático o la de soldado, que son, al fin, oficios de
magnate. Por otra parte, habíase podido apreciar de qué fuera capaz el
marqués de Pierrepont, vistiendo el uniforme militar, por cuanto en la
guerra del 70 dio pruebas del más cumplido valor, volviendo
pacíficamente, una vez terminada aquélla, a emprender su vida habitual
de parisiense y de dilettante a que lo impulsaban tendencias, gustos,
falta de ambición, y un poco también el deseo de complacer a cierta
anciana tía, que no se contaba seguramente entre las fervientes
admiradoras de la república. Era esta tía la baronesa de Montauron, por su familia Odón de
Pierrepont; cifraba en su apellido el más grande orgullo y era viuda y
sin hijos, circunstancia que no la entristecía, puesto que, merced a
ella, proponíase disponer a su muerte en favor de su sobrino, de los
cuantiosos bienes que heredara de su difunto marido, dando por esta
combinación nuevo brillo a los un tanto deslustrados blasones de su
casa, porque sin que pudiera estrictamente decirse que los Pierrepont se
hallasen arruinados, encontrábanse, de dos generaciones atrás, en menos
que mediano estado de fortuna, sobre toda si se considera cuán grandes
son las exigencias de la vida al uso de los tiempos que alcanzamos. Una renta de escasas treinta mil libras fue todo lo que de la sucesión
paterna pudo sacar el joven marqués, y si esta suma era suficiente para
asegurar su independencia, no era bastante ni aun adicionada con el
ligero suplemento que a título de aguinaldos dábale anualmente su tía,
para llenar las necesidades de posición a que se veía obligado un hombre
de su clase, representante de toda una estirpe de grandes señores.
Ciertamente que la señora de Montauron, que tenía por su parte una
entrada anual de muy cerca de cuatrocientos mil francos, habría podido
muy bien no aguardar la hora de la muerte para dorar un poco el escudo
heráldico de su sobrino, pero la dominaba una pasión todavía más
decisiva que el orgullo de raza, y esa pasión era el egoísmo. Verdad es
que la vida un tanto estrecha que las circunstancias obligaban a llevar
a aquél, mortificaba grandemente la altivez de la vieja baronesa, pero,
así y todo, no se resolvía a tomar sobre sí la obligación de mejorarla
en algo mediante cualquier leve sacrificio impuesto a sus comodidades
personales. Tenía esta señora, en la época de nuestro relato, cincuenta
años, y según cálculos que hiciera sobre ciertas estadísticas de
mortalidad, tenida en cuenta la longevidad de sus ascendientes, había
venido a sacar en limpio que su existencia podría aún prolongarse cosa
de treinta años, por término medio. La humillación de ver al último
varón de su raza reducido a estado relativamente precario por tan largo
espacio de tiempo, era para ella prueba penosísima, pero la sola idea de
verse obligada a vender su casa de la calle Varennes o sus bosques de
los Genets, presentábase a su imaginación cual rasgo de rematada locura,
y, en su afán de conciliar sentimientos tan contradictorios, dio en la
idea de mejorar la suerte del marqués por el único expediente posible,
que era casarlo con una rica heredera... Continue reading book >>
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